12.9.06

Juventud graffitera






A primera vista, graffiti y pintadas se limitan a ser mensajes visuales anónimos y de escaso contenido informativo, cuyos motivos, plasmados casi siempre en paredes "ajenas" y espacios urbanos, se repiten, aparentemente, hasta la saciedad. Pero ésta es sólo una primera impresión superficial.

El transeúnte, receptor al fin y al cabo involuntario y pasivo de los mensajes callejeros y poco proclive en general a disquisiciones semánticas, no suele distinguir, como haremos nosotros aquí, entre graffiti y pintadas. Unos y otras constituyen para él "mancha", "ruido" contextual que irrumpe, le guste o no, en su vida. Esto es, sin embargo, casi lo único que ambos fenómenos tienen en común. El desconocimiento, el rechazo social y el uso lingüístico han contribuido a meter en un mismo saco (léxico) actividades y manifestaciones muy distintas, que a veces coadyuvan en la expresión del mensaje callejero, pero que nacen generalmente de actitudes diferentes, tienen distintos destinatarios y persiguen casi siempre objetivos comunicativos muy diversos.

En efecto: para bien y para mal, detrás de ellos podemos encontrar ciertos patrones de dinámica social singularizados, que se integran con caracteres propios en nuestro complejo universo comunicativo. Algo, pues, vivo, cuyas pautas de interacción resultan difícilmente comprensibles al hombre de la calle, que, con frecuencia, no puede evitar sentirse "agredido" ante lo que considera una invasión de su territorio social particular. Algo vivo que ha ido adaptándose al transcurrir de los tiempos y cambiando con ellos, y cuyo estudio (más allá del análisis de sus formas, sus contenidos y su ubicación) puede ayudarnos de algún modo a entender mejor nuestro propio entorno.

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